Quisieron que contásemos los días
marcando en el cemento las jornadas.
Nos propinaban cortes o patadas
al ritmo de sus penas y alegrías.
El cielo continuaba tan tranquilo
y en el templo sonaban los badajos
alegres. Nos tajaron hilo a hilo
dejándonos la piel en mil colgajos.
El prelado rezaba por nosotros
ocultando verdades tan funestas...
como que nos ataron a los potros
en tanto fracturaban nuestras testas.
Autor: Jorge de Córdoba
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