No pudo sostenerse con mis dedos
y su cuerpo cayó por el barranco.
El terror en mis ojos, gris y blanco,
regresa con suspiros cuasi quedos.
Despierto transpirando del terror
al llevar la memoria de su muerte:
Aquel explorador, gallardo y fuerte,
vencido por la falla de mi error.
Me duele su mirada de sosiego
al soltarse sin penas ni salida
salvando lo que resta de mi vida
ofrendando la suya. No lo niego.
Autor: Jorge de Córdoba