Su corazón gritaba ensangrentado
luchando por latir a como fuera.
¡Por favor no te rindas fiel soldado
por favor no permitas que me muera!
En sus ojos, silencio de oración,
en mis manos su sangre a borbotones...
Procedimiento raudo en dilación
¡No puedo restañar su sangre y dones!
De pronto el corazón se le detiene
y lágrimas me mojan con la brisa.
Se sonríe sabiendo lo que viene:
¡Apaga la sirena! Ya no hay prisa.
Autor: Jorge de Córdoba
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