El dios de los hebreos sigue ciego
o simplemente dado a complacencias
puesto que, por sus celos, no lo niego,
me parece un ególatra en creencias.
El dios de los católicos, lo mismo,
nos regala albedrío y nos patea
las posaderas siendo un eufemismo
de palabra que solo te marea.
El cruento sincretismo japonés
pareciera sensato en estos días.
Siempre es mejor sentir en lo que ves
y agradecer los retos o alegrías.
Por cierto, que mi dios no pide plata...
ni reclama atenciones incesantes.
Mi dios no me amenaza, ni me mata
si profeso el amor de los amantes.
Autor: Jorge de Córdoba